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lunes, 25 de enero de 2010

Efemérides personales.

Un día como hoy, hace justamente diez años, dí mi primera clase. Un aula cordobesa, un segundo de bachillerato, una improvisación sobre los textos periodísticos, toda una noche sin dormir.

Recuerdo que mi entonces novio me había dejado en el albergue que hay en Córdoba en plena judería, cerca de la mezquita; que llovía y me sentí tan indefensa ante el reto que presentía, que me eché a llorar y me compré un libro para consolarme. Que entré en la habitación y llamé aterrorizada a mi padre para preguntarle qué hacía cuando me encontrara a los alumnos; me aconsejó que comprara el periódico y preparara un comentario sobre una noticia. Estaba en ello trabajando cuando llegó mi compañera de habitación; era argentina y estaba de viaje por España. Bárbara Biaiñ se llamaba -nos escribimos durante un tiempo. Nos tiramos hasta las tantas hablando de literatura y cine argentinos; se sorprendió de que hubiera leído los cuentos de Quiroga. Me ofreció salir a tomar mate con otro compatriota del albergue, pero preferí intentar dormir.
Al día siguiente cogí el autobús hasta el insti, a las afueras, y entré en aquella clase en la última planta. Todos estaban en silencio y escucharon todo lo que yo les dije sin interrumpirme una sola vez. Me habían tocado tres segundos de bachilleratos, éste el de letras era el más tímido, aunque muy trabajador; el de ciencias era intensamente participativo. En los recreos intenté desayunar con los profes, pero me sentía completamente fuera de lugar; y terminé pasándolos con los alumnos.
Me sentía afortunada. Me gustaba tanto, que pensaba a menudo al salir de una clase que era sorprendente que me pagaran por disfrutar, por ser tan feliz haciendo aquello.

Toda una década desde aquel primer día.  Hoy me he pregunto: ¿quién ha cambiado más? ¿los alumnos o la profe?
Patricia.

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