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martes, 2 de febrero de 2010







Hoy he suspendido el primer examen.

Esta mañana al levantarme ya lloré lo suficiente por la pena que me iba a causar. El remordimiento lo tuve antes de cometer el pecado. Porque sabía que iba a suspender.

Porque es el primer examen al que me presento sin estudiar. Siendo un examen de una asignatura cuatrimestral. Estando en la carrera.

No quería estudiar. El jueves tengo otro complejo examen, con muchísima materia. Y lo lógico habría sido estudiar nada más llegar a casa. Pues llevo tres horas en mi cuarto mirando a la pared. Escuchando a Violeta Parra. Pero no quiero volver a los 17. Quiero irme a los 7. La inocencia es feliz. ¿Llegué a ser inocente? Me da por creer que no.


Pienso: No has estudiado porque no has querido. Pero sigo pensando: ¿por qué no has querido?. Porque no acompaña el espíritu, sinceramente. No estoy motivado. Continúo divagando, y llego a la conclusión de que no estudio porque no me motiva nada a hacerlo.

Y eso no me parece razón suficiente. A otra persona le habría llamado cobarde, débil. Y a duras penas me lo designo a mí mismo: qué cobarde, qué débil eres, David. Que has dejado que te influya todo, que te condicione el exterior y tu interior, porque tú mismo te has impedido estudiar. El examen estaba tiradísimo, podrías haberlo hecho genial, fantástico. Pero no quisiste.

Tengo miedo de abandonarme, ¿sabéis?. Ese es uno de mis miedos. Que todo me dé igual. Que la pasividad se apodere de mí. Convertirme en una masa inerte, inerme. Dejarme llevar.

Dejarse llevar es bueno. 



Después de salir del examen, una hora antes, y con los ojos hinchados, deambulé por las calles. Frío en las manos, el característico temblor de mis piernas cuando estoy al límite, escalofríos por la espalda, los labios mordidos, los ojos abiertos, pero que no son capaces de reconocer ninguna cara. Di un paso tras otro observando el movimiento de mis pies, y me encontré con un viejo señor de largos pelos rizados vendiendo libros en el suelo. Me dije que le compraría uno, siempre lo veía y jamás me decidía. Tras meditarlo mucho, opté por uno de Larra. No voy a decir que me acordé de su trágico final.. Resultaron ser sus artículos, así que estuvo bien, después de todo. Me senté en un banco cualquiera de la gran avenida de la Palmera. Porque me dio la gana. Una señora, tras las pocas páginas, se me acercó. Quería saber donde estaba cierta clínica. Vio que estaba leyendo, e inició una conversación (más bien, monólogo egoísta) que duró cerca de media hora. Lo disfruté en ese momento. La señora despertaba una vivacidad impresionante. Mujer gitana, nacida en un pobladillo, curtida en mil batallas por las que desprendia su experiencia. Charlatana y sevillana como ninguna. Me alegré de haberme dejado llevar. 




Pero dejarse llevar es malo. Es malo si no eres responsable. Es malo porque dejas de hacer todo lo que DEBES hacer.

Y a mí ahora me da todo igual. 



No es por el examen, ya habrá más convocatorias.

No es por la falta del amor, no.

Tampoco lo es por los temas familiares, que me duelen mucho.

Ni son las extrañas circunstancias que he tenido que pasar en estos últimos meses, haciendo referencia directa a la pérdida de gran parte de mí.


Soy yo, y lo que soy: mis vivencias, mi recuerdo.

De una mina de carbón no podrás sacar oro. No hay otra cosa depositada allí que el negro carburante.



Sólo pienso en el día en el que todo salga ardiendo. Y volver a sedimentar sobre terreno yermo.

2 comentarios:

  1. ¡¡Me aterran tantas coincidencias!! Mi primer examen suspenso en la carrera, en primero, por supuesto, también me hizo llorar. Salí de la revisión con los ojos llorosos y me fui al Parque María Luisa. Deambulé hasta regresar a los alrededores de mi facultad y terminé sentándome en un banco cerca del Teatro Lope de Vega. No paraba de llorar,y, sin embargo, no dejaba de reparar en las hojas amarillas que había por el suelo, a los pies y alrededor del banco. ¿Son de olmo?, me preguntaba; ¿por qué hay hojas aún si estamos ya en enero? Me quedé paralizada mucho tiempo allí, sin saber qué hacer ni adónde ir.

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  2. Hola david, no son placenteras tus palabras pero que sepas que por aqui todos vamos igual, es más incluso me encontre una gitana que me pidio que empujara su carro.Ya queda menos, animos.

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