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viernes, 12 de junio de 2009

Bienvenidos al Carnaval de Venecia





El sábado por la noche, los fundadores de este blog, Robles y yo, así como los colaboradores Patricia y Sami, tuvimos presencia en una especial ceremonia. Ni más ni menos que a una fiesta de graduación, en la que se celebraba el fin de una larga y feliz temporada juntos, como recompensa de todo el esfuerzo, y simbólica señal de que lo que una vez unió una lista de clase, nada lo podrá separar jamás. (Nótense las ironías).

Llevábamos ya mucho tiempo preparándolo. Alrededor de centenar y medio de personas habían, durante semanas atrás, trapicheado curiosos e impacientes, soñando con lucir las mejores galas, entre las tiendas más "in" buscando sus trajes, vestidos, camisas, chaquetas, pantalones, corbatas, bolsos y otros complementos a juego para el tan esperado evento. Era el momento decisivo, y todo el mundo tenía que estar perfecto, impecable, prácticamente irreconocible. Y es que todo el mundo buscaba el disfraz genial, el antifaz más grande, la mejor forma de cambiarse a sí mismo.

Bien engaladonados, con nuestras extravagantes vestimentas, todos nos presentamos a la cita en nuestro Palacio de la Paz, residencia de las disputas, y entonces fue cuando dió comienzo el juego. Lo primero, superar la sensación de estar en un mundo paralelo, en el que nada es real. Una vez que lo has asimilado, aprendes a moverte en ese desconocido espacio de extrañas formas en el que el tiempo varía a su antojo, y empiezas a fijarte en las figuras altas que se yerguen a tu paso. Después, hay que ponerles cara a las siluetas, una de las partes más difíciles del juego, ya que todo el mundo es quien no es, y no es lo que debiera. La vicisitud llega a tu punto máximo cuando, mientras has de desenmascarar a aquellos seres, has también de procurar por todos los medios que tu personalidad no sea desvelada.

Esas son, digamos, las reglas del juego. La prueba en sí es simular. Ser un mimo impoluto, un payaso enardecido, con su alegre tristeza, o triste alegría: el juego consiste en ponerse en la piel de otra persona, pero ojo, tan sólo en la otra persona que los demás quieren que tú seas. Como todos esperen que te comportes, así habrás de comportarte, y no podrás salirte de esa silueta tan marcada. En el extraño carnaval impera la mentira, la FALSEDAD, siendo ésta una palabra muy importante en este caso. A cada persona que destapes, a pesar de que quizás no le conozcas, habrás de saludarle, darle la enhorabuena, unas gracias, y un frío, insensible, ilógico, trivial y tosco abrazo. Incluso en ocasiones, tras ese estrechamiento leve de los cuerpos, unos besos exiguo, de esos en los que no llegas a tocar la mejilla y son puro sonido estridente en el oído (los odio).

Así transcurrió toda la tarde. Entre hipocresía, sonrisas falaces, actos sin sentidos, aplausos por pena (los asistentes ya saben a qué me refiero), palabras insulsas y sentimientos aparentados. Pero ese era el trato: pasar una tarde dedicándose al juego de la representación. Interpretamos un verdadero teatro en un recinto destinado a tal menester. Pero la cosa no terminaba ahí, no... tras la actuación, quedaba la cena.

Ahora, pasaré a hablar en primera persona, pues sólo tuve constancia de mí a partir de entonces durante muchas horas.

Todo iba bien. Sentado con dos personas bastante interesantes, Omar y Lola, sabía que no estaba tan mal como habría pensado. Tengo la (mala) costumbre, desde que era un pequeñajo, de fastidiar siempre aquellos eventos. Me montaba mi película, siempre, en cualquier boda, incluso en la comunión de mi hermana. Me imaginaba a mí en otro sitio, con otra gente y haciendo otra cosa, por ello, la circunstancia verdadera se me antojaba falsa, una burda ficción, como me sigue ocurriendo ahora. Mi disfraz a prueba de bombas, buscado entre los más recónditos lugares pensando en ese fin, estaba triunfando, había conseguido ocupar totalmente cada milímetro de mi piel, sin dejar escapar ningún pequeño haz de ese David que por unas horas debía ocultarse.

Pero algo ocurrió. No sé bien qué fue. Unas palabras sin mala intención, perdí el equilibrio, y tropecé. Caí tan largo como soy sobre mí mismo. En el suelo, tuve miedo. Y al levantarme, me dí cuenta de que ese pánico tenía fundamento... mi perfecto antifaz veneciano se hizo añicos, mi capa dorada quedó desgarrada, y todo el maquillaje de alta calidad que había tapado mis poros se desvaneció en el aire. Quedé huérfano de disfraz, desnudo de artificio, y empezó a traslucir lo que se había tenido que esconder a la fuerza. Desapareció la magia, y cual Cenicienta que llega tarde, terminé reducido a lo que era antes.

Entonces sí, volví a ver la mentira intensificada mil veces. Era un niño desorientado en un mercado árabe. Muchos artículos pasaban de mano en mano con lumínica rapidez, el ruido de voces me aturullaba, entre las cuales no podía entender nada coherente, y mil olores, colores y formas se aparecían sin cesar a mis costados, saturando mis sentidos. Volvieron a acudir a este mi cuerpo, débil sin su coraza, aquellos virus malignos, aquellos tumores repugnantes, aquellos fantasmas del pasado, el presente y el futuro, que una noche más habrían de acompañarme. Volví a ser todo aquello que no quería ser por una noche. Volví a ser yo. Había fracasado en el juego. Era el perdedor.

(El valiente que llegue aquí, se lleva un premio musical)

Pero, tan rápido como fracasé, volví a levantarme, gracias una maravillosa visión. Una mesa redonda, y alrededor de ella, historias, curiosidades, anécdotas, y sobre todo, interés, coherencia, sinceridad, temple, disposición. Realidad. Aunque se jugase con la fantasía, no sería aquella aséptica realidad simulada, que ni es verdad, ni es nada. En ese momento, me sentí mucho más fuerte, gracias a ciertas personas a las que, a pesar de ignorarlo, me agarré. Conseguí desechar del todo mis telas y vestirme de mí mismo, arropado por los demás. Me sentí en compañía y cómodo... aunque no pude conseguir recuperarme del espanto sentido, seguía muy viva la imagen latente de mis fantasmas. Pero, a pesar de ello, me sentí bien con personas con las que no pensé que me sentiría.

Y, en el centro de la mesa, observador de todo lo que acontecía, la escultura colectiva que era vivo retrato de lo que seguía bullendo afuera.



(PERDONAD la LONGITUD, la CONFUSIÓN y la SUBJETIVIDAD... pero es que llevo taaaanto tiempo queriendo escribir algo, y sin poder hacerlo por culpa de los estudios!)

David

2 comentarios:

  1. Se sentó en un momento dado a mi lado un Sami algo achispado, con la única corbata que me ha gustado en mi vida y no sé qué me dijo que le contesté: "En mí puedes confiar". Él me dijo, con sensatez, que no podía estar seguro. Yo recuerdo haberle dicho: "¿No sería genial que cuando encontraras a alguien en quien realmente puedas confiar se encendiese una lucecita verde o algo por el estilo que te avisara?".
    Os llevo unos añitos de ventaja -"sólo nos doblas la edad", Robles dixit- y sé bien de los batacazos terribles al apoyarse en otros; sé bien de lo importante que es encontrarse a sí mismo, tenerse a uno mismo, porque llegará el momento -más de uno- en que sólo a ti tendrás para seguir adelante. Pero también por eso puede deciros esta Vetusta Morla ;-) que aprendes a distinguir -y es un descanso- simplemente con detenerte un instante en los ojos del que te escucha. Yo sí sé que puedo confiar en Sami, y en David, y en Robles, e incluso intuyo, sin conocerlas, en Lirika y Anne. Porque necesitan reunirse en este pequeño universo artificial de vez en cuando; para inhalar un poquito de Verdad y de Fantasía auténticas -¡qué lucidez siempre la tuya, David!- y eso significan que son de mi misma sangre: de una sangre extraña y burbujeante, que no suele mezclarse bien con ninguna otra, pero que suelta chispas cuando entra en contacto con "parecidos leucocitos".
    Y como una es vetusta, y ya ha pasado por muuchas fiestas de máscaras venecianas o no; una sabe ya que los momentos que no agradan poco aportan y mucho roen, así que una decide saltarse los agridulces entremeses y teletransportarse directamente desde el sillón de su casa a una mesa entrañable, rodeada de caras que tanto ha observado desde la pizarra a hurtadillas mientras intentaba centrarse ora en el sintagma nominal ora en Garcilaso; por fin de tú a tú, frente a frente, escuchando las ilusiones, curiosidades, risas francas, melancolías repentinas de aquellos a los que un día se descubrió amando bajo fluorescentes rotos, junto a una ventana chafada "involuntariamente" y un calendario color salmón lleno de fechas de cumpleaños.
    Me gustaría saber incluir un premio musical como el de David (que me ha encantado) porque esto ya es largo como comentario e incluso como novela bizantina. Pero no lo puedo evitar: me pirra escribir sin más, sin meta a la que llegar.
    Alguien me dijo: "Te sentaste aquí al llegar y no te has levantado más". ¿Para qué? Allí se estaba bien, no necesitaba más.

    Patricia.

    P.D. David, he tardado más de treinta años en conseguir que sólo me importe lo que de mí piensen aquellos en los que creo; así que no te exijas demasiado, que te conozco :-) Eso sí, propóntelo a medio plazo: los momentos más especiales te los pierdes si piensas en "los Otros".

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  2. Me quito el sombrero ante el maravilloso comentario de Patricia, seré breve; decirte que no todo fue tan falso como alomejor piensas, yo pienso que cuando alguien, como fue la de dibujo, nos da un abrazo con las lagrimas saltadas, deseandonos la enhorabuena, y un prospero futuro, lo hace porque verdaderamente lo siente, y no pienso que fuera solo ella, yo al felicitaros lo hago pensando en que cuando os vayais a Granada nos vemremos poquisimo, y lo de trajearse viene simplemente a que las personas quieren hacerlo especial, no se sinceramente me da igual el aspecto que uno llevara, yo me trajeé porque tu tambien lo hicistes no por otra cosa, habra reuniones innecesariamente falsas, pero para mi esta no lo fue del todo.

    PD. No me olvidare de las conversaciones con Patricia, y la cara de felicidad de Torquemada.

    Sami

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