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lunes, 26 de octubre de 2009

Decepciones infantiles.

  Mi primera gran decepción fue el circo. Tenía ocho o nueve años la primera vez que me llevaron. Ya para entonces yo había leído más de un libro sobre el circo, de hecho uno de aquellos con los que aprendí a leer se llamaba así "El Circo". Para mí la palabra circo poseía unas maravillosas connotaciones mágicas y maravillosas; seres libres y hermosos erraban de un pueblo a otro para ofrecer a sus hechizados habitantes el increíble mundo del circo. Total que un solariego día mi madre nos llevó al circo. Fue patético.
  Aquello olía fatal; a animales, a mierda, a sudor, qué sé yo... el hedor era francamente desagradable. Era un circo diminuto, sólo tenía una pista y enana; me daba la impresión de que la lona se iba a derrumbar sobre nuestras cabezas en cualquier momento de lo bajita que estaba. Y luego el espectáculo... animales famélicos llenos de moscas, payasos sin gracia alguna (y mira que es fácil hacerme reír a mí, joder), equilibristas nada exóticas y ¡ausencia de trapecistas, por dios! Para colmo de males, cuando nos levantamos para irnos mi madre, que al parecer se había sentado sobre un chicle, se trajo consigo el listón de la grada pegado al culo... No he vuelto a pisar un circo.

Luego fueron los Reyes Magos. Mi padre se dirigió a mí con seriedad un caluroso día de verano y me invitó a dar un paseo: "Tenemos que hablar, Triki". ¿El problema? A los diez años seguía creyendo en los Reyes Magos sin sombra de duda; de hecho, mi creencia era tan férrea que -esto no es broma- ¡había conseguido convencer a la mayoría de mi clase de que si a ellos no les regalaban los Reyes sino sus padres era culpa suya! Los convencí de tal manera que me habían hecho encargos para ese año; pensaban que si yo les escribía en mis cartas a los RRMM sobre ellos y sus peticiones, tal vez conseguirían obtener los regalos que realmente deseaban y no las camisas y los pantalones que les ponían sus padres en los últimos años (el cole estaba en un barrio muy pobre de un pueblo sevillano). Fue duro reconocer ante ellos que yo había estado engañándome todos esos años. Cuando mi padre me lo soltó no pude evitar derramar gruesos lagrimones. ¿Quién sabe? Tal vez fue esa decepción con la monarquía la que hizo que hoy sea republicana :-)

"El poeta es un fingidor.
 Finge tan completamente
 que hasta finge que es dolor
 el dolor que de veras siente".

(F. Pessoa)


Patricia

4 comentarios:

  1. Yo era demasiado avispado...
    Jamás creí en los Reyes Magos, y mis padres me regañaban con no regalarme nada si se lo contaba a mi hermana. Nunca creí en nada fantástico. Sabía lo que podía ser real o no.

    Y el circo siempre me encantó. Tuve la suerte de ir a uno muy bueno... fui a ver a Miliki, creo recordar, la primera vez. Y lo que más me impresionó del circo no fue la música, ni los leones, ni los payasos, ni los trapecistas, ni el colorido, ni los animales... lo que me llamó la atención fue la carpa. Con 6 años decía que quería ser constructor de circos. Parece ser que no me he desencaminado mucho.

    Has de ver algo del Cirque du Soleil. Eso sí que es mágico.

    Por cierto, he de leer algo de Pessoa...

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  2. ¡Nunca creíste en nada fantástico! ¡Qué triste, niño! Para mí la fantasía siempre ha estado ahí, formando parte de mi mundo, como la otra mitad, la oculta a los ojos de los demás. Lo fantástico ha dado siempre sentido a mi vida, riqueza, sabor... De chica he tenido hada madrina, mis juguetes cobraban vida de noche y los gnomos se escondían bajo las setas que salían con la humedad en nuestro jardín. No concibo el mundo sin su lado fantástico, aún hoy.

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  3. Pues fíjate, el sinsentido que es mi vida, que no concibo más allá de lo que hay ante mis ojos. Imaginar, soñar, fantasear, sí que me gustaba... pero nunca creía que fuese realidad.

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  4. Tal vez ahí esté la clave de tu lucidez: ves siempre lo que es, no lo que quieres que sea.

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¡Manifiéstenseee!