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jueves, 8 de octubre de 2009

Soliloquio con una cerveza de más.

Aborrezco los prejuicios, la hipocresía, los dobleces, la mirada ladina, el acomodarse y aburguesarse, la cobardía que no el miedo, los rencores sin fundamento, los recovecos oscuros del ser humano en suma.

Hace no muchos años (o tal vez muchos, según el que los cuente) soñé con un mundo sincero, con gente sincera. Pensé que no era tan malo, ni tan difícil, sólo teníamos que decir aquello que sentíamos o que pensábamos sin más, y, si todo el mundo lo hacía, terminaríamos por aceptar que cosas que nos parecen terribles, aborrecibles o despreciables, son simplemente características de nuestra humanidad. Así que, decidí ser sincera, ¡toma ya! Hace muchos, muchos años (o tal vez pocos, según el que los cuente).
Con la sinceridad unos pocos se acercaron a mí, y unos muchos se alejaron de mí. Así que calibré ¿unos pocos o unos muchos? Al principio opté, como es lógico, por unos pocos; pero resultó que estos pocos, que admiraban mi sinceridad, no creían necesariamente en la suya; de este modo, descubrí a otro grupo: el de los cínicos, ¡qué alegría, ¿no?! Total, que, al final, me hastié de los pocos y de los muchos y los mandé todos a la mierda y me dije: "¡¡Pues voy a hacer lo que me plasca!!" Y lo hice. Y fue muy duro aquello, oye (pausa para apurar mi botellín), pero al menos tuve los cojones (u ovarios) de hacerlo. Saqué mucho, pero fue agotador, y me dí unos años de tregua; pocos, eso sí, que años los tenemos contados, y no podemos ir dejándolos pasar en aburridas etapas de transición. Luego volví a la carga, aunque controlando un poco, pa no complicarme en exceso, yo y los otros. Total, que ahora estoy algo cansá, pero al menos, no me siento tan a disgusto conmigo misma como me sentí ayer (o tal vez hace un siglo, o quizás sólo un par de años), porque lo que sí aprendí fue una cosa: la gente va y viene, algunos permanecen y son un regalazo, oye, qué maravilla, cuando siguen ahí, sonriéndote o llorando contigo, pero sólo uno está veinticuatro horas al día contigo... ¡¡veinticuatro nocturnas y diurnas!! Tú mismo. Y cuando por fin te encuentras y te saludas: ¡hola qué tal borrachuza cervecera, te conozco ¿eh?, sé de lo que huyes y casi lo que deseas!, cuando miras a tu propio abismo y él va y te devuelve una sonrisa... quillo, eso no tiene nombre, eso es un gustazo que hay que currarse día a día, mes a mes, siglo a siglo.

En fin, Old Gold, bonito nombre para una cerveza sueca. La venden en Ikea. Ayuda a escribir estas cosas. No sé si releerlo, porque tal vez descubra que nada he dicho, pero, bueno, al menos quedará ese regustillo extraño de aquellos monólogos surrealistas de Robles, aquellos que leíamos enmarañándonos la cabeza, pero la sensación que nos dejaban era indiscutible. A tu salud, Robles, esté donde estés, y a la de David, por supuesto, que está hecho de madera de saúco, como Andersen, y a Sami, el de Inescrutable Mirada...

Patri.

1 comentario:

  1. Hay que ver... esto de dejar de comentar está bastante mal. Así que rompo el hielo.

    Tampoco queda mucho qué decir. Que me ha encantado. Adoro esa improvisación, esa soltura desenfadada, esa originalidad. Qué pena que yo no sepa escribir algo así. Quizás ello no se sepa, y es la cerveza la que en realidad sabe por nosotros :P

    Pero nada que añadir a tus ideas. Como siempre, aciertas.

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