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domingo, 18 de octubre de 2009

El chico del tejado.

A Sami, que me regaló, sin proponérselo, esta imagen tan hermosa.

 El chico sube al tejado con los gestos suaves y marcados de alguien que ha convertido ese ascenso casi en una rutina. Le sigue de inmediato una gata que se enrosca junto a sus pies cuando éste se acomoda en el lugar de siempre. Enciende un cigarrillo y abarca sus rodillas con los brazos. Su mirada emprende viaje: del pueblo a la montaña, de la montaña al mar; se queda prendida de la línea del horizonte. Esa costura infinita entre mar y cielo. Tras ella él siente el pálpito lejano de una gente que aún no conoce, pero que siente suya; de un lugar que jamás pisó pero que le espera anhelando ser hollado por sus pies. El chico se aparta varios mechones rebeldes de la cara con gesto automático y la bruma que baila habitualmente en sus pupilas parece haberse disipado unos instantes. "No hace falta ser ingeniero para ayudar a que este mundo sea un lugar mejor", se dice, "Sólo tener fuego en el corazón y unas manos grandes", y aspira con fuerza el soplo de brisa marina que a duras penas ha conseguido subir hasta allí. "Pero mientras tanto...", apaga el cigarrillo sin consumir y se levanta con decision para iniciar el descenso. La gata no le sigue; se ha quedado dormida y, en sus sueños, tiembla.

Patricia

2 comentarios:

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